Alguna vez tuvo buen ver y hasta un nombre pretencioso: El patio español de la Facultad.
Y se fue opacando. Sólo el pino guardó su compostura en medio del abandono.
Me hice cumplido visitante, pero sin advertir todavía ni el árbol ni el cartel tan sugestivo:
Ruta de evacuación.
Eran ya miles las colillas de la Pena Negra cuando el aviso verde me indicó porqué iba yo allí.
El pino gigante habló entonces y todavía no renuncia a su docencia:
levantar la vista desde el suelo hasta su vértice.
Y sucedió el tiempo con sus mutaciones.
En ese ámbito conocí el ciclo desesperado, el sosiego paulatino y, finalmente, las oscilaciones caprichosas. El péndulo... el que nunca regresó a la danza primera (porque ahora mi trayecto eran veredas sabidas)
Quizás uniendo puntos del camino de vaivén, consiga yo trazar alguna línea, una indudable pendiente.
Sólo resta conocer
si por ella
voy subiendo
o ya desciendo.
En un sótano sencillo encontró su Aleph el ciego.
Mi patio, mi pino y mi plomada son lentecitas gastadas. Espían con su módica eficacia mi acotada versión del infinito.
El péndulo (del lat. pendŭlus, pendiente.
O.D.d'
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